La capacidad de la técnica impulsada por el avance científico nos ofrece seguridad en muchos ámbitos. La seguridad es tal que parece que el hombre todo lo puede, no es más que cuestión de tiempo. Cada vez vivimos más años y con más calidad de vida. La confianza en el progreso ilimitado, como ocurriera en otras épocas, es parte del imaginario colectivo de nuestra sociedad. El afán de dominio impregna no sólo el campo material, también el moral. El hombre, en última instancia, es la palabra sobre todo.
Sin embargo, la naturaleza se revela una y otra vez contra la pretensión del hombre de ser absoluto, de no estar sujeto a nada. El tan traído cambio climático es prueba de ello. Los recientes terremotos son expresión más clara de nuestra limitación.
Los límites, bajo el punto de vista del progreso, son retos que llevar más allá. Pero los límites también son expresión de nuestro ser. El hombre es con límites. La ciencia, la técnica, no hacen más que trasladar las fronteras, ensanchar el espacio, pero los límites nos acompañarán siempre.
Lo lógico sería aceptar la condición de limitado. Contribuiría a dar paz, a tolerar la frustración; permitiría vivir de forma más plena. La libertad, el desarrollo de las propias capacidades, la construcción de la sociedad requieren de un marco en el que desenvolverse.
La no aceptación de la condición limitada del ser humano hace que, cuando acaecen desgracias como las vividas en Haití y en Chile, a las víctimas directas haya que añadir otras muchas, que sufren un choque moral que conmueve el sentido de sus vidas.
En estos días uno se encuentra con muchas personas que deambulan tocados por las limitaciones. Es una oportunidad para descubrir la propia naturaleza humana. Es, también, una ocasión para descubrir que el hombre no es la palabra sobre todo y que, quizá, los límites apuntan hacia otra Palabra.
domingo, 28 de febrero de 2010
domingo, 21 de febrero de 2010
La lágrimas de Tiger Woods
LAS LÁGRIMAS DE TIGER WOODS
El pasado viernes el golfista estadounidense Tiger Woods ofrecía una rueda de prensa. La comparecencia se hacía a petición del deportista. Éste, compungido, se mostraba arrepentido por la infidelidad a su esposa, explicaba su disposición a tratar de liberarse de su adición al sexo y pedía perdón por haber faltado al respeto y haber desilusionado, no sólo a su esposa, a sus seguidores y a todos en general.
En España muchos han alzado la voz para hablar sobre “la doble moral americana” o anglosajona. Mientras lo que se hace mal no salga a la luz no pasa nada, luego hay que pedir perdón; lo mismo ocurre con los políticos. Incluso no entendían cómo algún patrocinador había retirado su apoyo. Se arguye que cada uno haga en su vida privada lo que quiera, que lo importante es que juegue bien al golf.
Sin embargo, aquí, cuando ocurren sucesos personales de conocidos, lejos de permanecer en el anonimato como parece sugerir la condena del tener que salir a pedir perdón en público, se airean en distintos programas de medios de comunicación, que son masivamente consumidos por un buen número de españoles. No, no se juzga lo ocurrido (¿?), pero se vitupera a las personas hasta rayar en la falta del honor, cuando no a la mentira.
La diferencia no está, por tanto, en que haya doble moral; no necesitamos maestros. Está en que en el ámbito anglosajón comprenden las consecuencias que tiene para la sociedad la vida de las personas populares en tanto que modelos en los que se miran los ciudadanos, especialmente los niños y jóvenes. Woods podrá haber hecho mal, pero con su salida a la palestra ha vuelto a afirmar los valores compartidos que guían su sociedad, unos valores que están en el origen del país y que se creen como verdaderos. Los errores, los pecados, son acciones contrarias a dichos valores; no reafirmarlos es proponer otros, lo que rompe el marco común dado.
Los patrocinadores al retirar su apoyo al deportista pretenden evitar que sus productos se asocien a valores contrarios al ideal común. En este caso quieren que no los vinculen con la infidelidad, la falta a la palabra dada, etc.
Todos nos equivocamos, lo importante es no perder de vista cuáles son los valores últimos, que nos permitirán discernir el bien del mal. Lo contrario lleva a la confusión y a caer en aquello mismo que se critica. Si la doble moral no es deseable, menos aún es la doble moral y la confusión total. Quien es desordenada en su vida privada, probablemente también lo sea en la pública.
El pasado viernes el golfista estadounidense Tiger Woods ofrecía una rueda de prensa. La comparecencia se hacía a petición del deportista. Éste, compungido, se mostraba arrepentido por la infidelidad a su esposa, explicaba su disposición a tratar de liberarse de su adición al sexo y pedía perdón por haber faltado al respeto y haber desilusionado, no sólo a su esposa, a sus seguidores y a todos en general.
En España muchos han alzado la voz para hablar sobre “la doble moral americana” o anglosajona. Mientras lo que se hace mal no salga a la luz no pasa nada, luego hay que pedir perdón; lo mismo ocurre con los políticos. Incluso no entendían cómo algún patrocinador había retirado su apoyo. Se arguye que cada uno haga en su vida privada lo que quiera, que lo importante es que juegue bien al golf.
Sin embargo, aquí, cuando ocurren sucesos personales de conocidos, lejos de permanecer en el anonimato como parece sugerir la condena del tener que salir a pedir perdón en público, se airean en distintos programas de medios de comunicación, que son masivamente consumidos por un buen número de españoles. No, no se juzga lo ocurrido (¿?), pero se vitupera a las personas hasta rayar en la falta del honor, cuando no a la mentira.
La diferencia no está, por tanto, en que haya doble moral; no necesitamos maestros. Está en que en el ámbito anglosajón comprenden las consecuencias que tiene para la sociedad la vida de las personas populares en tanto que modelos en los que se miran los ciudadanos, especialmente los niños y jóvenes. Woods podrá haber hecho mal, pero con su salida a la palestra ha vuelto a afirmar los valores compartidos que guían su sociedad, unos valores que están en el origen del país y que se creen como verdaderos. Los errores, los pecados, son acciones contrarias a dichos valores; no reafirmarlos es proponer otros, lo que rompe el marco común dado.
Los patrocinadores al retirar su apoyo al deportista pretenden evitar que sus productos se asocien a valores contrarios al ideal común. En este caso quieren que no los vinculen con la infidelidad, la falta a la palabra dada, etc.
Todos nos equivocamos, lo importante es no perder de vista cuáles son los valores últimos, que nos permitirán discernir el bien del mal. Lo contrario lleva a la confusión y a caer en aquello mismo que se critica. Si la doble moral no es deseable, menos aún es la doble moral y la confusión total. Quien es desordenada en su vida privada, probablemente también lo sea en la pública.
domingo, 22 de noviembre de 2009
La biblioteca de Alejandría en mi estantería
Me impresiona entrar en una librería y ver los estantes llenos de libros. Cientos de palabras que se agolpan y desvelan los colores, sonidos, olores, sabores, y texturas de la naturaleza y los entresijos de las emociones, los sentimientos, pensamientos y acciones humanas. Qué cantidad de libros, cuántas personas dispuestas a aportar a la cultura.
Y a la vez, si conmueve el contemplar los libros también el descubrir a unos y otros que ojean y compran las historias. Cuántos libros se compran. Nunca como hasta hora en la historia se han comprado tantos libros. Pero cuántos libros se leen, cuántos se interiorizan, cuántos entretienen, divierten, enseñan, apasionan…
Parece como si los libros se hubieran convertido en un objeto de consumo más. Pero lo mismo ocurre con las exposiciones de pintura, con la música, etc. Qué hay más allá del lo he leído, lo he visto, lo he escuchado. Así cómo hay un síndrome del turista, que aquello que contempla es a través del objetivo de su cámara fotográfica, hay un cierto consumo cultural que ¿redunda en una sociedad más dialogante, crítica y reflexiva? ¿Son cuentos para adultos, necesarios, pero cuentos al fin y al cabo? Qué horizonte…
Y a la vez, si conmueve el contemplar los libros también el descubrir a unos y otros que ojean y compran las historias. Cuántos libros se compran. Nunca como hasta hora en la historia se han comprado tantos libros. Pero cuántos libros se leen, cuántos se interiorizan, cuántos entretienen, divierten, enseñan, apasionan…
Parece como si los libros se hubieran convertido en un objeto de consumo más. Pero lo mismo ocurre con las exposiciones de pintura, con la música, etc. Qué hay más allá del lo he leído, lo he visto, lo he escuchado. Así cómo hay un síndrome del turista, que aquello que contempla es a través del objetivo de su cámara fotográfica, hay un cierto consumo cultural que ¿redunda en una sociedad más dialogante, crítica y reflexiva? ¿Son cuentos para adultos, necesarios, pero cuentos al fin y al cabo? Qué horizonte…
sábado, 14 de noviembre de 2009
La cruz de cada día
Hace unos días se hacía pública la sentencia de la Corte europea de derechos humanos a propósito de los crucifijos en las aulas de los colegios públicos al considerar que dañan el derecho de los padres a la educación de sus hijos según sus convicciones y el derecho de los niños a la libertad religiosa. El tribunal consciente de la fuerza comunicativa de los símbolos impone la retirada de los crucifijos en base a la laicidad del estado.
Los símbolos tienen una gran fuerza expresiva y comunicativa, por eso no es baladí. Sin embargo, en el propio ámbito cristiano el conocimiento del sentido de los símbolos y su uso ha decaído.
La presente sentencia tendría que hacernos reflexionar sobre la presencia de símbolos cristianos en nuestras vidas. Antes de rasgarnos las vestiduras por el fallo judicial habría que pararse a contemplar las paredes de nuestras casas, los objetos sobre nuestros muebles e incluso aquellos que nosotros portamos. Las cruces, así como otros símbolos religiosos, han ido desapareciendo de los hogares para ser sustituidos por adornos cuyo valor es solamente estético, cuando no por símbolos procedentes de otras culturas. Las cruces y medallas ya no penden de cadenas al cuello.
Sin ser catastrofista, esto denota una cierta disolución de la identidad religiosa. En este baile de identidades que supone la postmodernidad la religiosa parece otra más que como las olas va y viene. Quién eres te señala dónde están tus raíces y hacia dónde vas, el sentido de la vida. La identidad cristiana es la básica del cristiano, sobre ella apoyar las demás.
El crucifijo es muestra de identidad. No se trata de un exhibicionismo apologético sino de la marca de calidad que compromete en el ser y en la acción, en el amor y en el servicio.
Los símbolos tienen una gran fuerza expresiva y comunicativa, por eso no es baladí. Sin embargo, en el propio ámbito cristiano el conocimiento del sentido de los símbolos y su uso ha decaído.
La presente sentencia tendría que hacernos reflexionar sobre la presencia de símbolos cristianos en nuestras vidas. Antes de rasgarnos las vestiduras por el fallo judicial habría que pararse a contemplar las paredes de nuestras casas, los objetos sobre nuestros muebles e incluso aquellos que nosotros portamos. Las cruces, así como otros símbolos religiosos, han ido desapareciendo de los hogares para ser sustituidos por adornos cuyo valor es solamente estético, cuando no por símbolos procedentes de otras culturas. Las cruces y medallas ya no penden de cadenas al cuello.
Sin ser catastrofista, esto denota una cierta disolución de la identidad religiosa. En este baile de identidades que supone la postmodernidad la religiosa parece otra más que como las olas va y viene. Quién eres te señala dónde están tus raíces y hacia dónde vas, el sentido de la vida. La identidad cristiana es la básica del cristiano, sobre ella apoyar las demás.
El crucifijo es muestra de identidad. No se trata de un exhibicionismo apologético sino de la marca de calidad que compromete en el ser y en la acción, en el amor y en el servicio.
sábado, 7 de noviembre de 2009
Hasta los 18
La educación es un valor y un derecho humano. Las relaciones interpersonales vienen marcadas por el nivel educativo, pues en buena medida de éste depende el trabajo y la red de contactos. Pero hasta cuándo ha de durar la educación obligatoria.
En una sociedad cerrada, monótona y con un bajo ritmo de innovación en pocos años se adquiere el bagaje necesario para alcanzar la madurez necesaria para desempeñar una posición autónoma en la comunidad. Sin embargo, las sociedades occidentales hace tiempo que entraron en la modernidad, un proceso que se ha acelerado los últimos cincuenta años. Cada vez se requieren más habilidades y flexibilidad para hacer frente al vertiginoso ritmo actual, de manera que cualquier pinchazo puede hacer que uno pierda la estela del pelotón.
La medida de ampliar la educación obligatoria hasta los 18 años tiene como fin, entre otros muchos que se puedan señalar, el tratar de equipar a los adolescentes con un bagaje que les permita adaptarse con menor dificultad al mundo que se está construyendo.
Se podría escribir, sobre cómo articular esos dos años más, las consecuencias para la disciplina en las aulas, para las cifras de desempleo, consecuencias económicas, etc. Sin embargo, de esos elementos se han vertido diferentes opiniones. Quisiera señalar cómo el aumentar dos años más la educación obligatoria puede influir en la decisión a la hora de plantearse dejar los estudios.
El establecimiento de un fin oficial de la educación obligatoria puede predisponer, ante la perspectiva de un final lejano, a retrasar los planteamientos de abandono. Un estudiante que a los 12 años le pesa el aprendizaje no se sitúa igual ante su futuro si sabe que puede abandonar el colegio a los 14, a los 16 o a los 18 años de edad. Además, pasada la llamada “edad del pavo” se abre la posibilidad que aquellos que se han sentido más incómodos puedan optar por mantener una actitud más positiva ante los estudios. Pero esto que se observa en el ámbito personal ocurre también en el familiar y social, es más fácil tolerar que alguien no quiera estudiar a los 12 años si la educación obligatoria es hasta los 14 que si lo es hasta los 16.
La ampliación de dos años puede generar una conciencia social que favorezca una mayor formación. No obstante, esto no es el bálsamo de Fierabrás, es un instrumento más. Los cambios profundos hay que esperarlos de la implicación del conjunto de la comunidad educativa y no de acciones puntuales.
En una sociedad cerrada, monótona y con un bajo ritmo de innovación en pocos años se adquiere el bagaje necesario para alcanzar la madurez necesaria para desempeñar una posición autónoma en la comunidad. Sin embargo, las sociedades occidentales hace tiempo que entraron en la modernidad, un proceso que se ha acelerado los últimos cincuenta años. Cada vez se requieren más habilidades y flexibilidad para hacer frente al vertiginoso ritmo actual, de manera que cualquier pinchazo puede hacer que uno pierda la estela del pelotón.
La medida de ampliar la educación obligatoria hasta los 18 años tiene como fin, entre otros muchos que se puedan señalar, el tratar de equipar a los adolescentes con un bagaje que les permita adaptarse con menor dificultad al mundo que se está construyendo.
Se podría escribir, sobre cómo articular esos dos años más, las consecuencias para la disciplina en las aulas, para las cifras de desempleo, consecuencias económicas, etc. Sin embargo, de esos elementos se han vertido diferentes opiniones. Quisiera señalar cómo el aumentar dos años más la educación obligatoria puede influir en la decisión a la hora de plantearse dejar los estudios.
El establecimiento de un fin oficial de la educación obligatoria puede predisponer, ante la perspectiva de un final lejano, a retrasar los planteamientos de abandono. Un estudiante que a los 12 años le pesa el aprendizaje no se sitúa igual ante su futuro si sabe que puede abandonar el colegio a los 14, a los 16 o a los 18 años de edad. Además, pasada la llamada “edad del pavo” se abre la posibilidad que aquellos que se han sentido más incómodos puedan optar por mantener una actitud más positiva ante los estudios. Pero esto que se observa en el ámbito personal ocurre también en el familiar y social, es más fácil tolerar que alguien no quiera estudiar a los 12 años si la educación obligatoria es hasta los 14 que si lo es hasta los 16.
La ampliación de dos años puede generar una conciencia social que favorezca una mayor formación. No obstante, esto no es el bálsamo de Fierabrás, es un instrumento más. Los cambios profundos hay que esperarlos de la implicación del conjunto de la comunidad educativa y no de acciones puntuales.
Y qué es la verdad...
El trazar nítidas líneas divisorias entre buenos y malos, esquemas simplistas de interpretación, la polarización de la sociedad, conduce a la minimización de la reflexión e, incluso, de la racionalidad. Los prejuicios son el marco de posturas extremas y actitudes fundamentalistas que desvalorizan no sólo las ideas sino al otro mismo, que es estigmatizado.
Un panorama de voces inconexas contribuye a la confusión, al desorden y a la imposibilidad de proyectar con coherencia. Dos discursos que no dialogan entre sí, monólogos que se autoalimentan; sólo se ve, escucha y lee lo que reafirma el partido tomado.
Dónde queda la verdad. Ésta como estímulo y acicate de la persona y de la sociedad desaparece del horizonte, interesa la defensa y victoria de la postura personal o del grupo de pertenencia, considerada con certeza absoluta. La afirmación de los postulados se mide en términos cuantitativos, lo decisivo es contar o formar parte del grupo más numeroso, aunque nadie se haya parado a verificarlo. La democracia como forma de toma de decisiones políticas se traslada, también, al ámbito de los principios, y el relativismo disuelve la escurridiza verdad.
La educación, cerrada y corta de miras, hace del ejercicio intelectual un adoctrinamiento con fines apologéticos. No hay espacio para una educación en libertad, a no ser que por libertad se entienda los márgenes del inquebrantable marco dado. El miedo, como seguridad, es el sentimiento rector.
El razonamiento se puede invertir. Una apuesta por una educación en libertad que estimule el localizar los mejores argumentos en disputa a fin de dialogar con ellos mediante el análisis y la revisión, no para afirmar ningún postulado sino para buscar la verdad, pues la propia posición siempre es revisable, gracias a la suficiente humildad y flexibilidad para reconocer el equívoco, en aras de una mayor madurez y profundidad. Los principios se afirman por sí mismos, a no ser que sean secundarios. La educación se abre y otea sin descanso el horizonte y, mediante una clara delimitación de los campos y una distinción de las ideas que, lejos de alinear, permiten ver la lógica del razonamiento, sin ambigüedades y emboscadas, fija metas. El rumbo no depende de buenos o malos, sino de un no uniforme nosotros, de honda reflexión y dinamismo creativo, que en valor las cualidades de todos, quiere surcar las dificultades sin prescindir de nadie.
Un panorama de voces inconexas contribuye a la confusión, al desorden y a la imposibilidad de proyectar con coherencia. Dos discursos que no dialogan entre sí, monólogos que se autoalimentan; sólo se ve, escucha y lee lo que reafirma el partido tomado.
Dónde queda la verdad. Ésta como estímulo y acicate de la persona y de la sociedad desaparece del horizonte, interesa la defensa y victoria de la postura personal o del grupo de pertenencia, considerada con certeza absoluta. La afirmación de los postulados se mide en términos cuantitativos, lo decisivo es contar o formar parte del grupo más numeroso, aunque nadie se haya parado a verificarlo. La democracia como forma de toma de decisiones políticas se traslada, también, al ámbito de los principios, y el relativismo disuelve la escurridiza verdad.
La educación, cerrada y corta de miras, hace del ejercicio intelectual un adoctrinamiento con fines apologéticos. No hay espacio para una educación en libertad, a no ser que por libertad se entienda los márgenes del inquebrantable marco dado. El miedo, como seguridad, es el sentimiento rector.
El razonamiento se puede invertir. Una apuesta por una educación en libertad que estimule el localizar los mejores argumentos en disputa a fin de dialogar con ellos mediante el análisis y la revisión, no para afirmar ningún postulado sino para buscar la verdad, pues la propia posición siempre es revisable, gracias a la suficiente humildad y flexibilidad para reconocer el equívoco, en aras de una mayor madurez y profundidad. Los principios se afirman por sí mismos, a no ser que sean secundarios. La educación se abre y otea sin descanso el horizonte y, mediante una clara delimitación de los campos y una distinción de las ideas que, lejos de alinear, permiten ver la lógica del razonamiento, sin ambigüedades y emboscadas, fija metas. El rumbo no depende de buenos o malos, sino de un no uniforme nosotros, de honda reflexión y dinamismo creativo, que en valor las cualidades de todos, quiere surcar las dificultades sin prescindir de nadie.
domingo, 25 de octubre de 2009
El hilo de la memoria
Cuando pasamos tiempo junto a personas mayores, educadas en los viejos sistemas educativos, les oímos recitar, no sin asombro, las poesías que aprendieron en la ya lejana adolescencia, los ríos de la Cornisa cantábrica, sí todos, hasta los menos importante, ¡y de carrerilla!... la lista sería larga de completar.
Cuando preguntamos a los adolescentes actuales, y a los no tan adolescentes, imbuidos en los nuevos modelos pedagógicos, en muchas ocasiones después de un “me suena” o “esto lo he leído en tal sitio o en tal curso”, no obtenemos por respuesta más que titubeos o silencio. Tras mucha información poco poso.
Estas dos experiencias, caricaturizando, presuponen dos modelos de ciudadanos.
El primero, aquel que acoge y hace suyo todo lo que recibe. Se sitúa ante lo que hay que recordar y, después de repetir una y otra vez, lo memoriza y lo comunica como el agua limpia de un lago refleja las nubes del cielo en una mañana de primavera. Esto crea unos hábitos que repercuten en su estar en sociedad. Se asume lo que dice la autoridad y se repite. Más que un ciudadano se trata de un gregario. Dónde la capacidad de sorpresa, de innovación… y ¿la libertad?
El segundo, también acoge, pero su memoria es a corto plazo. Hay tanta información, total con saber dónde encontrarla. No hay un uso real de la memoria a largo plazo. Sin memoria, de qué sociedad vengo y a cuál voy. Cómo contrastar lo que dice la autoridad… falta la experiencia y el saber de tantos hombres forjada a lo largo de la historia. Más que un ciudadano se trata de una marioneta. Dónde el criterio, la fortaleza… ¿la libertad?
No cabe duda que la memoria es necesaria. Sin embargo, ésta no puede alimentarse de la mera repetición. Tampoco es verdadera memoria el saber más o menos donde obtener información. Internet es la biblioteca de Alejandría, pero hay que tener criterio. Por ello, la educación actual debe plantearse cómo cultivar la memoria.
En Santa María la Blanca queremos que los alumnos porten consigo la mayor cantidad de recursos posibles. Sería un error por nuestra parte tratar de que asumieran contenidos sin más. La memoria no es un almacén vacío a llenar por los profesores. Tampoco algo inútil que se puede suplir en cualquier momento. La memoria constituye parte de uno mismo, lo que se es y lo que se quiere llegar a ser, pues es luz que ilumina la conciencia.
El alumno es el protagonista y por tanto el responsable de su memoria. Se trata no de repetir o saber dónde está la información, sino de contrastar los datos, valorarlos y, después del diálogo y la reflexión personal, llegar a conclusiones que incorporar. Esa es la memoria que queremos. Sí, hay conocimiento, pero pasado por el tamiz de la reflexión personal y colectiva. Sí, hay acceso a toda la información, pero sopesada y tomada en su justa medida.
Aspiramos a formar ciudadanos, hombres y mujeres autónomos, libres, con discernimiento y creativos.
Aspiramos a formar ciudadanos… sí, pero además enriquecidos por el encuentro con Jesucristo y con su comunidad, que es la Iglesia.
Cuando preguntamos a los adolescentes actuales, y a los no tan adolescentes, imbuidos en los nuevos modelos pedagógicos, en muchas ocasiones después de un “me suena” o “esto lo he leído en tal sitio o en tal curso”, no obtenemos por respuesta más que titubeos o silencio. Tras mucha información poco poso.
Estas dos experiencias, caricaturizando, presuponen dos modelos de ciudadanos.
El primero, aquel que acoge y hace suyo todo lo que recibe. Se sitúa ante lo que hay que recordar y, después de repetir una y otra vez, lo memoriza y lo comunica como el agua limpia de un lago refleja las nubes del cielo en una mañana de primavera. Esto crea unos hábitos que repercuten en su estar en sociedad. Se asume lo que dice la autoridad y se repite. Más que un ciudadano se trata de un gregario. Dónde la capacidad de sorpresa, de innovación… y ¿la libertad?
El segundo, también acoge, pero su memoria es a corto plazo. Hay tanta información, total con saber dónde encontrarla. No hay un uso real de la memoria a largo plazo. Sin memoria, de qué sociedad vengo y a cuál voy. Cómo contrastar lo que dice la autoridad… falta la experiencia y el saber de tantos hombres forjada a lo largo de la historia. Más que un ciudadano se trata de una marioneta. Dónde el criterio, la fortaleza… ¿la libertad?
No cabe duda que la memoria es necesaria. Sin embargo, ésta no puede alimentarse de la mera repetición. Tampoco es verdadera memoria el saber más o menos donde obtener información. Internet es la biblioteca de Alejandría, pero hay que tener criterio. Por ello, la educación actual debe plantearse cómo cultivar la memoria.
En Santa María la Blanca queremos que los alumnos porten consigo la mayor cantidad de recursos posibles. Sería un error por nuestra parte tratar de que asumieran contenidos sin más. La memoria no es un almacén vacío a llenar por los profesores. Tampoco algo inútil que se puede suplir en cualquier momento. La memoria constituye parte de uno mismo, lo que se es y lo que se quiere llegar a ser, pues es luz que ilumina la conciencia.
El alumno es el protagonista y por tanto el responsable de su memoria. Se trata no de repetir o saber dónde está la información, sino de contrastar los datos, valorarlos y, después del diálogo y la reflexión personal, llegar a conclusiones que incorporar. Esa es la memoria que queremos. Sí, hay conocimiento, pero pasado por el tamiz de la reflexión personal y colectiva. Sí, hay acceso a toda la información, pero sopesada y tomada en su justa medida.
Aspiramos a formar ciudadanos, hombres y mujeres autónomos, libres, con discernimiento y creativos.
Aspiramos a formar ciudadanos… sí, pero además enriquecidos por el encuentro con Jesucristo y con su comunidad, que es la Iglesia.
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