Cuando pasamos tiempo junto a personas mayores, educadas en los viejos sistemas educativos, les oímos recitar, no sin asombro, las poesías que aprendieron en la ya lejana adolescencia, los ríos de la Cornisa cantábrica, sí todos, hasta los menos importante, ¡y de carrerilla!... la lista sería larga de completar.
Cuando preguntamos a los adolescentes actuales, y a los no tan adolescentes, imbuidos en los nuevos modelos pedagógicos, en muchas ocasiones después de un “me suena” o “esto lo he leído en tal sitio o en tal curso”, no obtenemos por respuesta más que titubeos o silencio. Tras mucha información poco poso.
Estas dos experiencias, caricaturizando, presuponen dos modelos de ciudadanos.
El primero, aquel que acoge y hace suyo todo lo que recibe. Se sitúa ante lo que hay que recordar y, después de repetir una y otra vez, lo memoriza y lo comunica como el agua limpia de un lago refleja las nubes del cielo en una mañana de primavera. Esto crea unos hábitos que repercuten en su estar en sociedad. Se asume lo que dice la autoridad y se repite. Más que un ciudadano se trata de un gregario. Dónde la capacidad de sorpresa, de innovación… y ¿la libertad?
El segundo, también acoge, pero su memoria es a corto plazo. Hay tanta información, total con saber dónde encontrarla. No hay un uso real de la memoria a largo plazo. Sin memoria, de qué sociedad vengo y a cuál voy. Cómo contrastar lo que dice la autoridad… falta la experiencia y el saber de tantos hombres forjada a lo largo de la historia. Más que un ciudadano se trata de una marioneta. Dónde el criterio, la fortaleza… ¿la libertad?
No cabe duda que la memoria es necesaria. Sin embargo, ésta no puede alimentarse de la mera repetición. Tampoco es verdadera memoria el saber más o menos donde obtener información. Internet es la biblioteca de Alejandría, pero hay que tener criterio. Por ello, la educación actual debe plantearse cómo cultivar la memoria.
En Santa María la Blanca queremos que los alumnos porten consigo la mayor cantidad de recursos posibles. Sería un error por nuestra parte tratar de que asumieran contenidos sin más. La memoria no es un almacén vacío a llenar por los profesores. Tampoco algo inútil que se puede suplir en cualquier momento. La memoria constituye parte de uno mismo, lo que se es y lo que se quiere llegar a ser, pues es luz que ilumina la conciencia.
El alumno es el protagonista y por tanto el responsable de su memoria. Se trata no de repetir o saber dónde está la información, sino de contrastar los datos, valorarlos y, después del diálogo y la reflexión personal, llegar a conclusiones que incorporar. Esa es la memoria que queremos. Sí, hay conocimiento, pero pasado por el tamiz de la reflexión personal y colectiva. Sí, hay acceso a toda la información, pero sopesada y tomada en su justa medida.
Aspiramos a formar ciudadanos, hombres y mujeres autónomos, libres, con discernimiento y creativos.
Aspiramos a formar ciudadanos… sí, pero además enriquecidos por el encuentro con Jesucristo y con su comunidad, que es la Iglesia.
domingo, 25 de octubre de 2009
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