LAS LÁGRIMAS DE TIGER WOODS
El pasado viernes el golfista estadounidense Tiger Woods ofrecía una rueda de prensa. La comparecencia se hacía a petición del deportista. Éste, compungido, se mostraba arrepentido por la infidelidad a su esposa, explicaba su disposición a tratar de liberarse de su adición al sexo y pedía perdón por haber faltado al respeto y haber desilusionado, no sólo a su esposa, a sus seguidores y a todos en general.
En España muchos han alzado la voz para hablar sobre “la doble moral americana” o anglosajona. Mientras lo que se hace mal no salga a la luz no pasa nada, luego hay que pedir perdón; lo mismo ocurre con los políticos. Incluso no entendían cómo algún patrocinador había retirado su apoyo. Se arguye que cada uno haga en su vida privada lo que quiera, que lo importante es que juegue bien al golf.
Sin embargo, aquí, cuando ocurren sucesos personales de conocidos, lejos de permanecer en el anonimato como parece sugerir la condena del tener que salir a pedir perdón en público, se airean en distintos programas de medios de comunicación, que son masivamente consumidos por un buen número de españoles. No, no se juzga lo ocurrido (¿?), pero se vitupera a las personas hasta rayar en la falta del honor, cuando no a la mentira.
La diferencia no está, por tanto, en que haya doble moral; no necesitamos maestros. Está en que en el ámbito anglosajón comprenden las consecuencias que tiene para la sociedad la vida de las personas populares en tanto que modelos en los que se miran los ciudadanos, especialmente los niños y jóvenes. Woods podrá haber hecho mal, pero con su salida a la palestra ha vuelto a afirmar los valores compartidos que guían su sociedad, unos valores que están en el origen del país y que se creen como verdaderos. Los errores, los pecados, son acciones contrarias a dichos valores; no reafirmarlos es proponer otros, lo que rompe el marco común dado.
Los patrocinadores al retirar su apoyo al deportista pretenden evitar que sus productos se asocien a valores contrarios al ideal común. En este caso quieren que no los vinculen con la infidelidad, la falta a la palabra dada, etc.
Todos nos equivocamos, lo importante es no perder de vista cuáles son los valores últimos, que nos permitirán discernir el bien del mal. Lo contrario lleva a la confusión y a caer en aquello mismo que se critica. Si la doble moral no es deseable, menos aún es la doble moral y la confusión total. Quien es desordenada en su vida privada, probablemente también lo sea en la pública.
domingo, 21 de febrero de 2010
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